Pancho Galan, el Gaiteru de llonin 1

El Oriente de Asturias
CECILIO F. TESTON
25.08.2000

Para regular el soplo conti­nuo de viento en el tubo de la flauta y poder adminis­trarlo discrecionalmente, evitando las intermitencias naturales impuestas por el volumen torácico del hom­bre, ya en el siglo III antes de Cristo se empezaron a utilizar vejigas animales, donde, a modo de fuelle, almacenar aire de reserva con que insuflar el caramillo y así permitir la melodía constante: un pulmón artifi­cial. Tal depósito iba forrado en un principio de una piel entera de cordero, de macho cabrío, chivo o incluso de perro, que se echaba en rem ojo de cerveza o sidra (como en Bretaña y Escocia), cuando se dejaba de utilizar un cierto tiempo. El cuello y las patas anteriores cubrían bordones y flauta, lo que daba al conjunto del instru­mento el aspecto de aparato verdaderamente montaraz con semejante taxidermia. Introducido el aire por corto bocal, lo depositaba el músi­co en la vejiga de cerdo, de donde pasa administrado a presión hacia una flauta de doble estrangul insertada en la misma.

A partir de entonces las legiones romanas adoptaron la «tibia utricularis » (flauta con odre ) y la expandieron por todo el mundo occiden­tal. Ello da pie a considerar que la primera gaita que pudo haber roto la niebla de nuestra era entre el Cuera y Nedrina por Peñamel lera, fue aquella del año 19 antes de Cristo, cuando el cánta­bro-astur, emboscado en las fragosidades del Cares y el Deva, esperaba, parapetado, la penetración de las tropas y presenciaba cómo la gaíta empujaba animosa al inva­sor a la cabeza de lábaros y águilas.

Suetonio hace mención del «utricularius » (tocador de fole o gaita y también botero, artesano de úteros o vientres de pellejo) y algún otro escri­tor latino habla del «ascau­les » -graeculus buxius- (gai­tero grieguecillo, músico del caramillo de boj) de origen frigio, que procedía a su vez de los pastores nómadas de más allá de Armenia e inclu­so de la lejana mneseta del Pamir.

En una palabra, que la flauta se convierte en punte­ro, con el que se desgrana la melodía, y al mismo tiempo, el bordón en roncón , cuya lengüeta grave vibra por una parte del estrangul, estable­ciendo la tónica: ahí tenemos ya la cornamusa, gaita para nos otros o musette, para la refinada Francia a partir del XVIII.

Aparece en España docu­mentada en legajos del IX, extendida por majadas y aldeas, en donde, emboscada en la espesura de los valles, y, libre de vaivenes cortesa­nos , lejos del mundanal ruido de palacios y cámaras (Asturias, Galicia, Escocia, Bretaña), encuentra el culti­vo adecuado para el desarro­llo de un folklore latente ya desde las capas célticas. Y en el XII, juglares y trovado­res de origen provenzal la ponen de moda en cortes y burgos de la Europa Occi­dental, en cuyas plazas y fachadas de iglesias ilustra cantares de gesta, les chan­sones y poco después autos y
mystéres.

En el mismo tiempo en que la gaita aparece en viñetas de «Las Cantigas » de Alfonso X el Sabio (s. XIII), se esculpe en un capi­tel de Santa María de la Oliva de Villaviciosa (prime­ra constatación asturiana de su vigencia, antes, pof lo tanto, que los dibujos miniados del famoso Libro de Montería del Rey de Castilla Alfonso XI. Vemos a estos músicos: aso­marse a los canecillos y arquivoltas del románico y gótico; pintarse de ensoña­ciones surrealistas en las tablas del Bosco; volver la mirada un gaitero, mientras toca, hacia ·las fuentes de dulces, que llegan a la mesa de alegres comensales en el Ba nquete de bodas de Brueghel; protagonizar infi­nidad de pinturas y estam­pas del XVII en adelante .. Y si bien es verdad que en ese mismo siglo entra en la Corte de Francia, dominio de terciopelos y sedas, por los que abandonará el pelo de cabra lucido hasta enton­ces, la gaita nunca ha perdido el origen y raigambre de carácter pastoril.

Pues fue el sonido, a veces quejumbroso, otras sandun­guero de la aldea, el que atrajo la atención también de los grandes: Haendel, en su «pastoral» del Messías; J. S. Bach, en El Oratorio de Navidad; Beethoven, en la Sinfonía Pastoral; Berlioz, en H arold en Italia …

Desde mediados del XIX a los años cincuenta del XX, hasta tal punto que desde ellos se mantuvo la fuerza y aliento de continuidad. Pese a momentos de abandono, incitaron a mantenerla a quienes, ensimismados por modas y culturas extrañas, fruto del consiguiente papa­natismo y poca meditación, importaron aires foráneos, algunos valiosos, pero los más) propios de la definición napoleónica de música.

Pasó por distintas valora­ciones: se la tildó de ser el instrumento del diablo, y tuvo que salir llorando des­precios de iglesias y ermitas, a donde había llegado tiem­pos atrás de mano de mon­jes, más habituados a escu­char en el silencio cómo sonaban súplicas y alaban­zas de quienes llegaban al claustro a hablar con Dios; clasificada instrumento pro­fano por interpretaciones canonistas estrictas de cierto carácter jansenísta; vuelve a introducirse de nuevo en lo sagrado, al acabarse el XIX, y, desde entonces, llena bóvedas y solemniza misas y procesiones. Se la hizo ascos
en ciertas romerías y salones de neón por la gente guapa y progre, pero ella supo y sabe aguantar todo embate circunstan­cial y superfi­cial, y, es más, ahora mismo ya perdió el pudor de las brañas. Con fre­cuencia ocupa estrado en las sinfónicas más elitistas, al ado de instrumentos de cuerda, madera y metal, y (lo que entusiasma a la crítica sesuda), introducida por grandes gaiteros, valiosos y precisamente también jóve­nes, conscientes de su valor musical y de la entraña, en la que la mamaron, es habi­tual oírla hacer también gui­ños de grilleras, redondas y tumba/es al mismísimo rock underground en los santua­rios nocturnos. ¡A ver qué neo-punk la arruga!

Pero no he pergeñado este preámbulo gratuitamente. Ha sido el resultado intencionado de preparar marco adecuado para pintar la importancia debida a todos aquellos que han dedicado la vida a un instrumento, que siglo tras siglo ha con­servado el sonido genuino de la pequeña historia, que es más importante que el de la grande y abstracta, porque aquella se ha hecho carne en cada uno de nosotros. Pues, además, no se trata de una pieza arqueológica fosiliza­da, ni siempre arrinconada en el ángulo oscuro, sino viva, que sabe evolucionar y convivir. Todo ello gracias a cuantos gaiteros la han pul­sado y así han esmaltado de alegría las brumosas acua­relas de castañedos y aldeas por estas verduras de nues­tra Asturias.

1917 es el año de la gran crisis: la guerra de Marrue­cos, el caciquismo, el atraso industrial, la subida de pre­cios y las reivindicaciones nacionalistas traen al gobierno de Eduardo Dato en el reinado de Alfonso XIII de cabeza y tales circunstan­cias pesan mucho a la hora de decidir la neutralidad ante el conflicto bélico que viene agitando a Europa desde el 14. La Rusia de los Zares se tambalea y Bene­dicto XV pone en movimien­to todas sus nunciaturas ) para obtener la paz.

En Alles, capital del Real Valle de Peñamellera Alta, que entonces comienza a registrar una fuerte emigra­ción a Cuba y México, sigue de alcalde Vidal Antón Gon­zalo, cuya atención primor­dial se centra en delimitar con exactitud de escrituras, usos y costumbres los lindes de pasto entre Cabrales, Peñamellera Baja y Tresvi­so, desde La Peña Pirué y Ras a de Obesón hasta Tamandón y Collau Garabín encima de San Esteban, focos de constantes litigios de pastores con los demás Concejos.

4 de mayo del belicoso y revolucionario año 1917. Hay que poner en el escaño de la cocina dos platos más, porque en la habitación con­tigua a la sala de arriba los vagidos a duo de dos niños anuncian que Llonín, la aldea que tomó por protector a San Sebastián, el de las flechas, del Valle Alto de Peñamellera, va a contar en adelante con dos nuevos feli­greses: mellizos.

Pero de los dos he aquí al hombre que buscábamos para enmarcarlo en nuestra admiración: José Francisco Galán Trespalacios, Pancho.

Un carpintero del Valle Oscuro, de la Borbolla, Francisco Galán Noriega, su padre, un día había pasado el Cuera y traspuesto El Hoyu La Canal para casarse en Llonín con Teófila Tres­palacios Escandón, a resul­tas de las consiguientes incursiones e intercambios romeriegos de los Valles de una y otra vertiente. Fruto de tal unión, estos dos rapa­cines primaverales pronto empezarán a fijarse en el mundo que bulle entre pie­dras desde el Collau Lleraña a las callejas y erías en los dominios de Riega Rubena y el río Aliso,. que manan del Cuera.

(Continuará)

El Gaiteru de Llonin