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Recuerdo con detalle a Pancho, El Gaitero de Llonín, en sus actitudes al observar fotos, escuchar audios, o ver vídeos. A los lugares a donde iba a tocar le enviaban fotos y siempre dedicaba, en distintos momentos, bastante tiempo a verlas con detalle, haciendo autocrítica de distintas cosas suyas, buscando el perfeccionismo; siempre elogiaba a todas las personas, destacando lo mucho que toda la gente disfrutaba al son de la gaita y el tambor que, durante muchos años tocó con él su hermano Cundo: eran inseparables.

En el año 1954 Pancho compró un tocadiscos, escuchando los discos insistentemente e interpretando las melodías. Aprendía con mucha facilidad, tocaba canciones repitiendo una y otra vez hasta conseguir lo que el llamaba: se podía mejorar, pero ya vale así…

También tenía un casete a pilas y muchas cintas, para escuchar las canciones o grabaciones tanto suyas como de otras personas. Las repetía reiteradas veces y preguntaba la opinión de quien escuchaba, hasta considerar que ya era aceptable, dando la melodía por sabida…

Con las imágenes tenía una percepción diferente, no le llamaba tanto la atención y no soportaba ver un vídeo donde hubiese personas ya fallecidas. A veces, si era una canción o actuación musical la escuchaba, pero de espaldas a la imagen. Nunca supo explicar lo que le ocurría al ver determinadas imágenes y concluía diciendo que le daba mucha pena de las personas que ya no estaban.

Siempre admiraba cualquier innovación tecnológica y sobre todo en sus últimos días de su vida, repitiendo una y otra vez: “Que nunca muera la gaita…”

El Gaiteru de Llonin