El Gaitero de Llonin

JUAN ALONSO FERNÁNDEZ GARCIA

(DIRECTOR DEL MUSEO DE LA GAITA)

Decir que José Francisco Galán Trespalacios, Pancho Galán, 1917-2000, representa todo lo bueno de la tradición de la gaita, es decir la verdad.” Bueno” es el calificativo que mejor le retrata y no solo porque pancho lo fue y así lo conocimos y lo recordamos, sino también porque en él y en su hacer musical se reconoce la parte más valiosa del oficio de los músicos populares, nuestros y ajenos: la que recibe y da; la que no desprecia lo viejo y no teme lo nuevo; la que, en definitiva, produce fruto.

Pancho fue un gaitero de su tiempo, heredero y mantenedor de un arte que ha sobrevivido durante siglos y nos ayuda a conocernos como asturianos en un mundo global y despersonalizado. En esto no se diferenció de tantos y tantos gaiteros de su tiempo y seguramente anteriores. Sus medios fueron los mismos e idéntica la actitud receptiva e integradora que se descubre en toda nuestra música popular, a poco que la observemos: tuvo su primera gaita ya después de casado, pero siendo niño se entretenía tocando flautas de corteza que él mismo hacía; desempeñó varios trabajos para sostener su casa, siendo el de animador de fiestas  una satisfacción -y una ayuda económica- que llegaría más adelante; aprendió a tocar gracias a su oído, su intuición y su constancia; heredó el saber de los grandes gaiteros del oriente (Llanín, Cesar de la Borbolla, Manolo Rivas…) y dominó todos los palos, desde acompañar la  asturianada  y solemnizar la misa hasta tocar los bailes a la antigua usanza, pero también supo estar atento a lo nuevo, al cuplé y al pasodoble que tanto gustaban a sus contemporáneos. Fue, como suele decirse en la jerga profesional, un “gaiteru completu” y esto lo pudieron comprobar no solo en Peñamellera y los consejos cercanos, sino en la vecina Cantabria, en varias tierras de España -donde le gustaba tocar los aires locales más populares- y más allá en Francia y América.

De todas las cosas que podrían contarse de él, permítanme que yo prefiera quedarme con solo una: que creo escuela; lo que no es poco decir. Los jóvenes que hoy acuden a las aulas de música tradicional difícilmente podrían comprender el valor que tenía un maestro en los tiempos de Pancho, porque, para ellos, este es un problema del pasado y no forma parte de su vida cotidiana. A Pancho, sin embargo, le tocó desenvolverse entre dos Asturias: una que se iba y se llevaba consigo sus usos, sus saberes y sus sonidos; otra que llegaba con aires de modernidad y solo tenía ojos y oídos para lo de fuera. Comenzábamos entonces a abandonar masivamente el campo: fueron unos tiempos del éxodo rural en pos de una vida nueva y quién sabe si mejor en las grandes ciudades que habían despegado con la reindustrialización; los años en que lo arraigado, lo de casa, se veía con desdén y acaso con vergüenza. Queríamos ser otra cosa, no lo que ya éramos, y la gaita y el gaitero nos traían a la mente aquello que no deseábamos recordar. A pesar de todo, Pancho, tuvo el deseo y la habilidad de transmitir su saber a una nueva generación no siempre receptiva, pero frecuentemente crítica. Formó nuevos gaiteros y también tamboriteros en Llonín, de donde él fue natural, pero también en Alles, en Alevia, en Abándames… Hoy muchos pueden decir que conocen y tienen en su repertorio alguna pieza de Pancho. No es poco conseguir en una vida.

“Que nunca muera la gaita”, frase que solía oírse de sus labios, refleja una preocupación que lo fue a la vez de otros gaiteros, que creyeron que con ellos se iría el paisaje sonoro de esa Asturias rural que empezaba a desaparecer y en la que Pancho se desenvolvía. Con el nuevo milenio, este maestro de antes y de siempre nos dejó; pero su música y su memoria siguen con nosotros, como también sigue la gaita. Y este es el mejor homenaje colectivo que le podemos tributar los asturiano.

José Antonio Cosio

Pocas vocaciones tan tenaces, pocas vidas tan claras, pocas biografías tan unánimemente reconocidas. La historia del Gaitero de Llonín es la historia de un hombre bueno que nació en Llonín un día de primavera de 1917.José Francisco Galán Trespalacios creció en una familia de la época, humilde y numerosa, un estómago que llenar, entre otros nueve, y empezó compartiendo el útero materno con una hermana que falleció siendo muy niña.

Su padre, hombre de campo, era además carpintero, oficio con el que intentaba completar los ingresos indispensables para sobrevivir en una época tan dura. Así las cosas, la escuela para la mayoría de los niños era una quimera inalcanzable, porque tenían que empezar a ayudar en casa desde muy jóvenes cuidando el ganado, colaborando en las siegas o como era el caso de Pancho, prestando su apoyo en el taller del padre.

Puede decirse que ya en ese tiempo comenzó a labrarse una primera apariencia con la gaita. Quién sabe si la plasticidad de las maderas del pobre carpintero, o cierto nerviosismo incipiente por las manos o un hormigueo entre los dedos, el caso es que el niño ensayaba ya en madera de nogal sus primeras flautas que “bueno no se entendían mucho las notas, pero ya me gustaba”

Pronto, a los primeros tanteos siguió la necesaria emulación: Llanín, el de la Borbolla o César, héroes gaiteros al alcance de los humanos. «No se separaba de ellos”. Otra cosa sería con Manolo Rivas, codicioso con el secreto de sus manos, que “cuando me acercaba dejaba de tocar”.

La guerra es el episodio meridiano de aquellas vidas que hoy van para un siglo completo. Un día se produce la llamada que le llevará por el Ebro, por el Jarama, por Cataluña y por Aragón. Tan cruentos fueron aquellos episodios que se llegó a buscar parapeto tras los cuerpos inertes de los compañeros. Los recuerdos tan tristes, nunca privaron a PANCHO de los dulces paréntesis en las situaciones más graves “la batalla fue durísima… pero recuerdo como cantábamos”.

Todo pasa y todo queda y PANCHO pudo volver. En Llonín, la obsesión de su vida tuvo su lógica consecuencia: la gaita aprehenderla. Poco a poco va aumentando su contacto con los gaiteros del otro lado del Cuera, de la Borbolla, que le van dejando probar. Con ganas, pero sin gaita pasa la vida.

Contrae matrimonio con María Caso Pintueles quien cumplidora va a hacer realidad el sueño de Pancho: “no te preocupes cuando nos casemos vas a tener una gaita y una bicicleta”

La gaita era para ser feliz, la bicicleta para ir a buscar el racionamiento a San Vicente de La Barquera. María mayor que él, fue una mujer culta, muy lectora, pragmática, hiperactiva, gran administradora. La primera gaita fue fruto de una paciencia inimaginable. Como Pancho, era persona muy comunicativa que establecía contactos con facilidad, logró por esas cosas de la vida, que esa primera gaita de sus sueños quiere salir precisamente de las manos del famoso Cogollo. A partir de ese acontecimiento, la gaita va a asistir a cada momento de su vida. En los descansos de la siega, María cantaba las canciones que Pancho habrá de ir traduciendo. Son estos años, los del inicio del gaitero por los pueblos, la destreza y la fama crecientes lo llevan a que en 1953 lo contratasen “los de Alles” para que le acompañase a las piraguas del Sella. A la vuelta del viaje, el autobús sufre un percance. El incendio que acabó con el autobús, acabó con la gaita también, pero el mismo 8 de agosto de 1953, los de ALLES redactaron la siguiente nota: “Recolecta de los compañeros del milagroso viaje a las piraguas de Ribadesella, el 8 de agosto de 1953, para ayudar a la reposición de la gaita siniestrada del gaitero don Francisco Galán con un largo listado de nombres y de cantidad reunida 1500 Pts. Y de la mano de Cogollo vuelve a salir, para Pancho, el segundo milagro. Actúa en romerías, en iglesias, en muchas boleras, en bodas y toda clase de celebraciones en cada pueblo de Peñamellera Alta y Baja, en Cabrales, en Puente Nansa, en la Masón, en Peñarrubia, en Herrerías, en Garabandal…

El gaitero construía sus propias payuelas y payones para el sonar del puntero o el roncón, o la zapata que para el aire en el soplete o los fuelles de cabrito. Llegó a ir a Castellón para conseguir la Cañavera idónea y hacer sonar bien el instrumento “le afecta la humedad o el calor y les cambia el sonido, por eso es importante hacerlo de buen material, por aquí no lo hay”

Llevó la gaita por toda España, por Santo Domingo, por Francia, manteniéndose al día con el repertorio, sin perder de vista las canciones antiguas, dominando las religiosas, que incluía la misa cantada con gaita. José Francisco Galán Trespalacios, El gaitero de Llonín, fallecido en el año 2000, fue, y solo quiso ser, un gaitero de pueblo, con una forma de tocar artesanal que nunca, que nunca, desvirtuó la sagrada transmisión casi oral.

El Gaiteru de Llonin