Pancho Galán, El gaiteru de Llonín 4

El Oriente de Asturias
CECILIO F. TESTON
15.09.2000

(Continuación) Refugiados de los pueblos de alrededor buscaban protec­ción ante las requisas de ganado y víveres, que hacía la tropa. No era la mejor ocasión de llegarse a ellos, pues había desconfianza ante la gente extraña y más, tratándose de mozos con edad de milicias. Bajan, amparados en la noche, a la carretera, para ver cómo pasar Cangas de Onís y, después de Soto y en la con­fluencia con el camino que sube a Següencu, se meten en un alcantarillado, por donde discurre un regato que afluye al Río Güeña, ante la imposi­bilidad de continuar. Solda­dos, mulos con artillería, camionetas, carruajes dificul­tan el avance. Suponía un peligro el seguir. Dispuestos a pasar allí el tiempo que fuera, acurrucados en un pedregal descampado del cauce, se que­dan dormidos, rendidos toda­vía del día anterior. La situa­ción al siguiente era la misma o peor, sin poder moverse del escondrijo. Como a eso de media tarde en que decidieron terminar unos pedazos de torta de borona y un trozo de tocino que les quedaba, sien­ten voces y pasos acercándose por el talud de la cuneta. Dos soldados de reconocimiento de una columna de penetración al poco rato los tiene encaño­nados con el fusil.

Junto con otros prisioneros sin documentación alguna son llevados por Labra a Nueva y de allí a Llanes, a Los Alta­res, en marcha penosa. Pan­cho es conducido a Celorio y encerrado en el antiguo monasterio, a la espera de que se aclarara su situación. En pocos días fue trasladado a Reinosa y desde allí en tren, a un campo de concentración de Lugo.
Llega por fin el aval de Don Crisanto Fanjul, Párroco de Llonín, y con tan decisoria franquicia le integran en las tropas de refresco del ejército de Franco. Parece que aquello se va serenando y que el chus­co ya no es tan duro por tie­rras gallegas, cuando …

En los primeros días de abril de 1938 es destinado ál frente del Ebro, a Alcañiz, al lado de la Fuente de los seten­ta y dos Caños, de donde parte a una avanzadilla sobre el río Matarrana, que afluye al Ebro bajo la misma fortale­za, donde se encuentra la bandera del destacamento. Al borde de las escarpaduras de ocres oxidados y cenizas, se resguarda en un chamizo. Sobre el pedregal salpicado de carrascos las agrestes lascas, que hojaldradas por las hela­das y calcinadas por la caní­cula hieren la tersura de un celeste acerado, almenaban la loma. Su reflejo espejeaba en los remansos perforados de remolinos de un Ebro majes­tuoso y apelmazado de barro, que culebrea, avanzando en silencio y amenazador hacia Ribarroja. El Moncayo da el santo y seña por el oeste y refresca la guardia. El Cares de transparencias de pupila de xana espuma recuerdos en los llaraos de su memoria pastoril y lamentos de gaita lejana suspiran en la quinta­na de la infancia perdida, al despertar en el parapeto. Pancho sale del ensimisma­miento y contempla lo absur­do de sus manos aforradas al mosquetón y al macuto, fala­cia de zurrón. Se lleva la mano al bolsillo de la guerre­ra y saca una postal que le habían dado en Alcañiz con una vista del Pilar. Decide enviarle unas líneas con lápiz de tinta a una sobrina que habia dejado en el pueblo y que pasaba por malos momentos, cuando él salió de Llonín. En la tristeza y el dolor el hombre noble piensa siempre en alguien que sopor­te tanto como él.

Tras unos días de tensa espera, el 24 de agosto ama­neció con la posición atestada de fusilería, ametralladoras, carros y morteros camuflados bajo quejigos y encinas. En la noche de Aragón de luceros rutilantes la brisa arrastraba sobre los rabiones de la corriente y llevaba a las casa­matas del espigón un lamento desde la otra orilla:

El ejército del Ebro
rumba la rumba la rumba.

El ejército del Ebro,
rumba la rumba la rumba
una noche el río pasó,
¡ay Carmela, ay Carmela …

Cuando, tras su autolesión en el frente del Ebro, llegó de permiso herido y por baja a restablecerse en Llonín, a mitad de trayecto entre Nise­rias y Rubena ve un papel que resulta ser un sobre con la tinta corrida de algo escrito emborronando toda la super­ficie del mismo, a causa de la lluvia y de la escarcha. Se sor­prende al instante, porque reconoce la grafía) a pesar de su estado. Lo abre y descubre en él la tarjeta enviada a la sobrina desde el frente. No había llegado a su destino.

Licenciado en 1942, reanu­da la vida en el pueblo. Eran momentos que resultaban difíciles no sólo para España, sino también para Europa, donde la guerra más tremen­da de la historia sembraba destrucción y muerte desde el Bidasoa a Tokio.

Había escasez de alimentos) aunque el tocino de los cubi­les y el maíz de las erías apuntalaban la alimentación de las aldeas asturianas, ayu­dados por patatas y leche. Debido a esto las dos fechas de jolgorio hogareño puntua­les, dionisiaco y epulón se centraban en la deshoja y en el sanmartino. Mientras tanto el estraperlo avariento aprovechaba la ocasión de medrar con racionamientos oficiales de suministro. Colas hasta con la cartilla del taba­co de cuarterón festoneaban los centros de expendeduría en Alles. A su vez la falta de hidrocarburos imponía el empleo del gasógeno, llamada así la energía producida por la combustión de leña en una caldera adosada a los vehícu­los. Había que echar madera constantemente al fuego, para que la presión no bajara y pudieran vencer, aunque a trancas y barrancas de reso­plidos, cuestas y vericuetos, como las Estazadas, aquellos autobuses y camiones, que no salían del taller del ingenioso Benigno el mecánico de Siejo. Eran los tiempos del alum­brado del carburo, ya que la central de Niserias, a expen­sas del caprichoso caudal del Cares, no bastaba para cubrir los mínimos exigidos en el Valle Alto. La achacosa dina­mo de segunda mano no indu­cía suficiente celeridad al alternador.

De ello habría de tomar el glorioso apodo Carburín, el esforzado Correo del Cares, el Oriente Exprés diario de las cinco y cinco, boina calada y ligero de estómago y pedal, recadero y cordón umbilical de Las Peñamelleras y Cabra­ies. Farmacéutico ambulante sobre la orbea, que sabía con exactitud los baches exis­tentes entre Casa Terio el de La Cortina de Siejo y Vicente Gonzalo el de Arenas, lo mismo entregaba cartas enlu­tadas ribeteadas en negro, que las de las mozas esperan­zadas, dispuestas a abando­nar la reja, -tras la novena a San Antonio con éxito.

Carburín, amigo desde entonces de Pancho, siempre ha estado muy unido a las correrías artísticas de éste, cuando el famoso y servicial cabraliego dejó su automoción del velociclo por la de los autocares Mento, que hacía el circuito Cares- Cuera hasta Llanes, taco de billetes en mano.

Aquella postguerra, sin embargo, era dulce y nacara­da de irisaciones. Pancho conoció el amor. Un 13 de mayo florido de perfume de cinamomos por los huertos sube a la iglesia para unirse en matrimonio con María Caso Pintueles. La boda se comió en casa con la humil­dad de la camisa blanca dada vuelta por el envés y el repartido entre hermanos (multiplicación milagrosa de la mesa de los pobres), asis­tiendo los familiares de ambos lados del Cuera, deseo­sos de olvidar tanto turbión.

Y conseguida esta meta y en los almivaradas amanece­res del reciente hogar, llega­ría a la culminación de su pretendida profesionalidad de gaitero. Muchas idas y venidas a sus encuentros con Llanín y César. Mucha observación en fiestas y en cualquier sandunga armada por los pueblos en los que zumbaba fuelle y tambor, habrían de practicar, para que su mujer le animara a hacerse con una gaita propia. Porque Pancho no hacía nada, sin que lo tuviera a bien Mariquina.

Se la vendió en cien duros (suponía un fortunón en aquellas apreturas), el propio José Llano Díaz, Llanín. Su mujer María llevaba tiempo de ahorro y, aprovechando la venta de una vaca, que habí­an llevado en el tardíu a invernar en casa de los parientes de La Borbolla, llegó el momento de hacerse con ella. Creada por el gran Antonín Cogollu el artesanu de Les Regueres, que estaba considerado el máximo maes­tro de tales instrumentos, era una gaita de soplete, puntero y roncón torneados en boj de sencilla línea asturescocesa y 33 centímetros de caramillo. El fuelle de pellejo de cabra lo vistió de nuevo María de terciopelo cerezón viejo con orlas y grecas tostadas. Pre­ciosa estampa la conseguida por aquella joven esposa de Llonín, que la remató de escarapelas y farrapos multi­colores en la copa del roncón.

(Continuará)

El Gaiteru de Llonin